lunes, 28 de junio de 2010

El País Que No Progresaba

El Perú es un país estático. Podemos crecer económicamente –cuando esta crisis mengüe-, podemos construir hospitales, colegios y carreteras, y podemos incluso llegar a un mundial, pero aún así no nos movemos. Esa va a ser, por lo que nos quede de vida republicana, la falsa ilusión de desarrollo.

Han pasado 300 años desde que la Ciencia comenzó como tal. Desde que se comprendió parcialmente el movimiento de las cosas y la gravedad hasta donde estamos ahora, han pasado muchas cosas, y nosotros no hemos sido nunca parte de ese movimiento. Compramos celulares y computadoras, y eso nos da la idea de que, de alguna forma, pertenecemos a la modernidad. Eso es sólo un espejismo, producto de cómo se dan hoy en día las relaciones económicas entre los países que practican el libre mercado. Sin el libre comercio, estaríamos sumergidos en la época de las carretas.

Hemos tenido nuestras pequeñas victorias. Vamos a lanzar un satélite pequeño –al que han llamado con gracia nanosatélite- ensamblado totalmente en nuestro país. Estamos utilizando la tecnología nuclear para el tratamiento de cáncer y la desinfección de nuestros productos de exportación. Tuvimos a Pedro Paulet y a Daniel Alcides Carrión. Y, aunque la mayoría de nosotros no lo sabemos, podemos incluso tener a un Premio Nobel de Física en los próximos años –me refiero a Barton Zwiebach, del MIT-. Pero todos estos esfuerzos aislados y loables –y muchos otros similares- no son ni de lejos lo que se conoce como Ciencia en el mundo moderno.

¿Qué sucederá en 300 años más? Como nación, no sabemos ni siquiera qué sucede en este momento. No podríamos ponernos a la par, ni aunque quisiésemos –en las condiciones actuales en las que nos encontramos-, con todo lo que se supo en Ciencia hace cincuenta años. Pero seamos optimistas, y supongamos el caso hipotético de que queramos ponernos al día, y de que es posible hacerlo. Como es difícil hacerlo sin una motivación, digamos que nos trazamos un plan lo suficientemente ambicioso y ponemos nuestros recursos a disposición de la meta. Una meta ambiciosa sería, por ejemplo, aprender a construir componentes de computadora de acá a 100 años, y crear fábricas que pongan en práctica este conocimiento. Ojo, no ensamblaremos computadoras, sino haremos lo que da más réditos: construirlas de cero. Este no es un objetivo científico –más bien, tecnológico-, pero seamos realistas: sólo los individuos se interesan en Ciencia con la intención de comprender el universo que les rodea; los países y las corporaciones hacen Ciencia para proveer mejor calidad de vida a sus ciudadanos en el primer caso, y hacerse más ricos en ambos casos. Para cumplir con nuestra meta tendremos que comenzar a hacer Ciencia, y luego, eso mejorará el nivel de nuestra Ingeniería.

Probablemente, tal plan no pasaría del papel. Seamos otra vez realistas: el país tiene objetivos más urgentes. Obviamente, así no piensa nuestro vecino Brasil, y así están dejando de pensar nuestros vecinos Chile y Argentina, y en el norte, México y Puerto Rico. Y así no piensa el Primer Mundo, desde hace 300 años. Ellos ya se han dado cuenta de que sin Ciencia, todo se vuelve un círculo vicioso. Nosotros brindamos la materia prima, otros la transforman y nos la venden a mayor precio, y así seguimos en adelante: es la desoladora aritmética de la pobreza. En este nivel, la decisión es sólo política.

Si, por algún milagro, pasamos del papel a la acción, entonces varias cosas pasarán en los primeros veinte años. El presupuesto de nuestras universidades aumentará por un factor de diez, y la burocracia para ejecutarlo disminuirá en la misma proporción. Eso aumentará la corrupción, pero pensemos por un momento que vivimos en un país que tiene sistemas eficaces que lidian con este problema. El número de universidades estatales no necesariamente tendrá que disminuir, pero sí se tendrá que cambiar el rostro a unas dos o tres. Es importante tener un instituto tecnológico de primer nivel, al estilo del MIT de EEUU, o en menor escala, el CBPF en Brasil. Se incentivará a los jóvenes a optar por carreras de ciencia e ingeniería, y es vital implantar un sistema de becas. Al comienzo, se tendrá que contar con profesores del extranjero para que capaciten a los nuestros, pero pronto retornará el capital humano que tenemos fuera de los límites del país: casi cinco mil científicos de primer nivel.

A la segunda generación –es decir, luego de cuarenta años de que tomamos la decisión de tener algún futuro como país-, le parecerá completamente normal tener universidades con revistas científicas, laboratorios y libros; todo esto en suficiente cantidad y con buena calidad. La segunda generación ya comenzará a hacer algún tipo de investigación original, y ya comenzaremos a figurar en los rankings de publicaciones del mundo. Como el progreso rebota y salpica, y la inversión en Ciencia debe ser multidisciplinaria –aún con una meta tan concreta como la que nos propusimos al inicio-, pronto veremos que hay serios progresos en ramas totalmente dispares a la fabricación de computadoras. Así, luego de sesenta años, tecnificaremos completamente nuestra agricultura, y nuestra minería será limpia y más regulada. Quizá podremos aventurarnos a descubrir el secreto químico de por qué el ceviche es tan rico, y lograr que nuestra gastronomía se estandarice lo suficiente como para poder tener franquicias en el resto del mundo. El mundo tampoco será estático; los países de Latinoamérica que han invertido en Ciencia desde hace más de treinta años nos seguirán llevando la delantera, pero nosotros ya habremos comenzado a soñar colectivamente.

Luego de cien años, quizá la meta inicial nos parezca trivial. Con el desarrollo de la computación cuántica, puede que ingresemos a ese rubro que no tendrá demasiada competencia, y abandonemos la idea inicial de construir computadoras al estilo tradicional. Para ese entonces, nuestros ingenieros estarán capacitados para diseñar y tendrán la confianza suficiente para hacerlo, y no para ser sólo meros administradores y técnicos. Nuestra economía nunca será más poderosa. Nuestros ojos verán a este bello país de una forma diferente. Y tal vez, ya podremos embarcarnos en nuevos sueños y proyectos, que alguna vez nos parecieron desperdicios de recursos. Mapearemos la Luna y enviaremos astronautas al espacio, como la hace China, o chocaremos partículas en aceleradores de 27 kilómetros de longitud, como lo hace Europa, o generaremos energía con el proceso que da energía a las estrellas y a nuestro Sol, como lo están intentando en Estados Unidos. Para ese entonces, nuestras minas no estarán llenas de mineros asfixiándose con el plomo, el cianuro y el mercurio, sino de físicos trabajando en observatorios de neutrinos, como sucede en Sudbury, Canadá, o en Hida, Japón, o en Minnesota, Estados Unidos. Y el ciudadano común y corriente sabrá lo que es un neutrino, y valorará la importancia de una investigación de esa naturaleza. Tal vez, incluso, ya no tendremos que imitar los proyectos de otros países, pues con la Ciencia de nuestro lado, las posibilidades serán infinitas.

Pero, por ahora, seguiremos con el techo fijo por encima de nuestras cabezas. Seguiremos esperanzados por un tren eléctrico, o un proyecto de gas natural, o un nuevo descubrimiento de oro en un algún lugar hasta entonces virgen e inmaculado de nuestra Sierra. Leeremos en el periódico –si es que existe todavía la prensa escrita- que el hombre llegó a Marte, que halló la cura para cada tipo de cáncer o que prolongó la esperanza de vida en cincuenta años. Los que podremos, compraremos el nuevo aparato de moda, y seguramente, ya no será un auto, como ahora ya no compramos carretas, y no será un celular, como ahora ya no necesitamos de chasquis. Y la brecha de conocimiento entre nosotros y el resto del mundo nos parecerá insalvable, y aunque intentemos, no podremos siquiera soñar en tratar de acortarla, pues todo nos parecerá ya arte de magia.

1 comentario:

  1. Nota tambien la reciente incorporación del Perú en ALICE-LHC en el Cern.

    http://aliceinfo.cern.ch/Collaboration/General/index.html

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